Pésaj
Cuentos de Pésaj
El Séder que salvó a la ciudad
(extraído del libro "Maase
Abot" - Relatos Jasídicos, (C) Edit. Benei Sholem)
En el año 5508 (1848),
Europa fue barrida por una intensa ola de revoluciones. En casi todos los países, los
pisoteados y humillados campesinos se levantaban en contra de sus opresores
para destruir el bárbaro sistema bajo el cual habían sufrido durante siglos.
Pero en esa batalla por la libertad, los
judíos, la nación misma que había sido la precursora de aquellos ideales de
igualdad por los cuales peleaban los nuevos reformadores, habían sido hechos
víctimas. Bandas nómades de
ladrones y asesinos, cuya noción de la libertad era el derecho de robar y
matar, a menudo atacaban las indefensas colonias judías, saqueando hasta sus
últimas posesiones.
De este modo el día
anterior a Pésaj de ese año, una terrible noticia se había difundido,
procedente de un pueblito de Alsacia, según la cual un ataque era
inminente. Un carruaje cargado de
mercadería y provisiones especiales para Pésaj había sido detenido por una
banda de saqueadores, mientras transitaba el camino que conducía hacia el
pueblo. En lugar de saquear
totalmente el contenido del carruaje optaron por llevarse algunas botellas de
vino, aduciendo que de todos modos el pueblo pronto estaría en sus manos,
incluyendo al mismo vehículo. El
conductor, aterrado, lo había escuchado de sus propias bocas.
Por el momento, no hay
de que preocuparse -explicaba el nervioso conductor- tendremos aún algunas
horas de tranquilidad, pues cuando los dejé, estaban bebiendo abundantemente
vino robado. Ni bien estén sobrios
nos atacarán. Son unos doscientos
y todos están bien armados.
Los judíos fueron
presa de una desesperación inenarrable.
El primer impulso fue
el de correr a sus casas y esconder lo mejor posible todas sus pertenencias,
pero el sol ya se ponía y el comienzo de las oraciones nocturnas era
inminente. Finalmente, tras larga
discusión, el problema fue resuelto por Reb Shmuel Leib, el miembro más
acaudalado y respetado de la comunidad.
Primero vayamos a la
Sinagoga -dijo- y luego de terminar las oraciones al Creador, discutiremos los
planes para contrarrestar el peligro que nos acecha.
En la sinagoga, Reb
Shmuel Leib esbozó su plan de acción. Cada cual iría a su hogar para guardar en algún escondrijo seguro sus
efectos de valor, tras lo cual regresarían a casa de Reb Shmuel Leib, armados
con hachas, cuchillos o cualquier otro elemento que pueda servir de arma contra
los intrusos.
Mi casa -les dijo-
será la primera que ataquen. Al
entrar al pueblo, la única vivienda anterior a la mía es la de Aharón el
carnicero, pero los bandidos se darán cuenta inmediatamente que nada ganarán
atacando su pobre choza. Entonces
cuando lleguen a mi casa les ofreceremos con la ayuda de Di-s, una lucha que
nunca esperaron ni imaginaron, y de ese modo salvaremos a la ciudad de sus
garras. Los hombres siguieron las sugerencias de Reb Shmuel Leib al pie de la
letra, y en media hora todos se congregaron alrededor de su casa. Todos menos Aharón Nihr, el carnicero.
Tres hombres armados
hasta los dientes a la espera de la batalla, fueron enviados en su
búsqueda. Cuando abrieron la
puerta quedaron consternados ante el espectáculo que se presentaba ante sus
ojos. Sentados alrededor de la mesa estaba la familia de Aharón, celebrando el
Séder de Pésaj.
¿Qué haces aquí en
lugar de estar dónde debes? -le increparon.
Por favor, perdónenme
por no haber ido a la casa de Reb Shmuel Leib -contestó Aharón- pero hoy es Iom
Tov, la noche del Séder de Pésaj, celebrada en todas las tierras donde
habitan judíos. ¿No es ésta acaso
llamada "Leil Shimurim", la noche en que los judíos están protegidos
de todo año? Lo siento, pero no
puedo acompañarlos a casa de Reb Shmuel Leib. Hasta que el peligro no se encuentre frente a mi puerta, no
violaré la santidad de este Séder de Pésaj. Impresionados por el coraje del
humilde carnicero, los tres hombres volvieron a la casa de Reb Shmuel Leib.
Allí, en contraste con
la paz que reinaba en el Séder de Aharón Nihr, había mucha tensión y ansiedad. Algunos hombres fueron enviados al
exterior a fin de reconocer la posición de la hordas enemigas, y luego de
interminables horas regresaron con la información de que la banda se había
puesto en marcha. Arrastrándose
entre las matas y los espinos, los espías de Reb Shmuel Leib habían alcanzado
las cercanías del campamento enemigo, logrando oír algunos detalles de sus
planes. Iban a reunirse al mercado de la ciudad, y con el sonido de la cometa
comenzaría el ataque. Los
defensores, aguardaban tensamente el fatídico momento.
Los ladrones,
finalmente llegaron.
Aún los habitantes no-judios habian
apagado las luces y escondido sus pertenencias. Sólo había una luz dentro
de ese mar de tinieblas. La que emanaba de las ventanas de la
casa de Aharón Nihr. Suave y
silenciosamente, los asaltantes se acercaron a la vivienda iluminada. Desde dentro les Regaba claramente el
sonido de gente cantando. Aharón y su familia, ignorando el peligro que
acechaba cerca de su puerta, celebraban normalmente el Séder. Los bandidos estaban prontos para
iniciar el ataque, pero su jefe los retuvo. Junto a su lugarteniente se paró cerca de la ventana, y
permaneció un rato contemplando las escenas que se desarrollaban en el interior
de la casa.
Aharón Nihr y su esposa estaban sentados en la cabecera,
semejando a un rey y su reina, junto a una mesa bellamente tendida sobre un
níveo mantel que resaltaba más aún el esplendor de la escena. Alrededor de la mesa, se encontraban sentados
los "príncipes y princesas", los demás integrantes de la familia
Nihr. Todos los modestos tesoros
que tenían se encontraban sobre la mesa, en honor de la festividad. Sus semblantes brillaban con un
resplandor especial, que expresaba la elevación espiritual en que se
encontraban, las que los liberaba de las preocupaciones de la vida diaria y
mundana, y que hablaba sobre el glorioso pasado y el todavía más glorioso
futuro de la nación judía. El
lugarteniente se rascó la cabeza perplejo. A menudo había visto al carnicero, cuando iba a su propio
valle con el fin de adquirir algunos animales. Nunca se le hubiera ocurrido que
Aharón Niht, el carnicero, podría sumergirse, y tan profundamente, en asuntos
espirituales.
-Bueno -dijo finalmente- ¿qué esperamos? Empecemos nuestro trabajo.
Con gran dificultad, el jefe de la banda apartó su vista
de la ventana, de aquella escena que tanto le había fascinado.
Se había percatado que sería cruel infligir daño alguno a
gente de apariencia tan angelical, en su momento de santidad e inspiración.
Lentamente se volvió a su lugarteniente y le dijo:
-Nos vamos de la ciudad.
El lugarteniente estaba dispuesto a protestar, pero por el
tono en que había hablado su jefe, dedujo que el discutir no sólo resultaría
inútil, sino también peligroso.
-¿Pero, qué le diremos a los otros? -preguntó suavemente.
-No te preocupes por eso -respondió el jefe-. Yo me ocupo de ellos.
Volvieron hacia el resto de la banda y ni bien llegaron el
jefe les gritó:
-¡Los judíos han hecho uso de su magia negra contra
nosotros! ¡Si no nos vamos
inmediatamente, estamos perdidos!
Rápidamente, presa de un inusitado terror, los ladrones se
dieron media vuelta, y en pocos minutos no quedaba un solo asaltante en toda la
ciudad.
Luego de la fuga de
los bandidos, varias sombras se desprendieron de la oscuridad. Eran los espías de Reb Shmuel Leib,
enviados para observar de cerca los movimientos del enemigo. Corrieron a la casa de Reb Shmuel Leib,
donde frente a una gran muchedumbre armada, dieron parte del milagroso
incidente. Pronto, la casa de Aharón Nihr estuvo colmada de gente. Este, junto a su familia, estaba
absorto en su Séder, sin percatarse del grave peligro que acababa de conjurar. Al ver entrar a la gente a su casa, y
acercársela para estrechar su mano con gratitud su sorpresa no tenía
límites. Cuando le explicaron la
naturaleza de su visita, Aharón Nihr dijo simplemente:
-Yo no he hecho
absolutamente nada. Tan sólo hice el Séder como es debido, y Di-s hizo su
parte. Como ven, después de todo fue "Leil Shimurim".
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